Hasta la vista, baby

Es difícil despedirse de un año así. Creo que voy a hacerme fan de los años pares porque creo que, sin duda son mis años, en los que por alguna extraña razón todo brilla.

Hace algún tiempo leí que los 25 son la edad de máximo rendimiento de un deportista y en torno a eso ha girado el año entero, no sólo en lo balonmanístico sino también en lo personal y en lo profesional. En resumidas cuentas, ha sido un año casi perfecto para mí.

En primer lugar nuestro comienzo de año en aquel barco fue apoteósico, difícil de olvidar, imposible de repetir e increíblemente divertido de recordar. Fue la noche perfecta para un año que empezaba. Aquel barco fue el punto de inflexión del 2010, como diciendo: “si esta noche te ha gustado, espera a ver lo que tengo guardado para el resto del año.”

Por supuesto aquel 24 de marzo también será inolvidable. Cumplía el sueño de cualquier jugador de balonmano, tener la oportunidad de debutar en ASOBAL. Jamás olvidaré lo que significó saltar al campo y recibir el cariño de la gente en forma de aplauso. Se me humedecen los ojos al recordar algo que Rebollo me dijo, algo en lo que él se fijo y nadie más. Eso también tengo que agradecérselo a él, hacerme participe de un momento que yo no pude disfrutar y hacerme pensar algo que no creía que yo pudiera experimentar.

Luego por supuesto llegó Riviera maya, un viaje alucinante, emocionante, irrepetible. Muchas noches de risas y mil anécdotas con gente que me era prácticamente desconocida y que en unos días acabaron convirtiéndose en las personas más importantes de la carrera (título a compartir por muchos de esos compañeros de promoción, presentes y ausentes en la graduación). Mención especial a la mirada de aquella argentina que me hace esbozar una sonrisa. Un olé por ella.

Mi graduación fue también espectacular y me hizo arrepentirme de no haber vivido más momentos como aquel con mi familia periodística. Aquel día me hizo comprender que los echaría de menos siempre y que cualquier éxito de aquella promoción sería muy común.

Podría seguir noche a noche, porque ha sido un año de muchas noches y complicidades, creo que he ganado algún amigo de más este año mientras iba creándome enemigos. Pero esas también serán anécdotas divertidas de contar.

Me voy a dejar muchas cosas, pero como he dicho, en lo deportivo, en lo personal y por último, en lo profesional, porque trabajando con Laverdad he ganado amigos, he conocido a maestros que me han enseñado a empezar a abrirme paso en este mundillo. Puede que mi destino no sea acabar escribiendo en periódicos, pero la experiencia que estoy viviendo merecerá la pena sólo por la oportunidad de vivirla y ganarla.

Me dejo todo lo demás para este 2011. Es año impar, pero tenemos grandes planes para empezar en él de una manera tan memorable como el año pasado. De momento la compañía del anillo promete.

Sólo (y se supone que es la última vez que pongo “sólo”) era un tochaco más para desearos un año ME-MO-RA-BLE. Eso es lo importante, que merezca la pena ser recordado.
Hablamos a la vuelta.

Atentamente: Rafa Ballester.

PS: Voy a cerrar el ciclo del año.
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De una noche madrileña

Era sábado en la capital del reino donde se pone el sol de vez en cuando, nuestro cuarto viaje a Madrid y la quincuagésima vez que salíamos por Malasaña. Habíamos terminado de cenar burritos en casa de nuestro anfitrión Rubén, que nos cocinó durante toda nuestra estancia como una abuela (de bien, no en plan tetas por el ombligo). Después de la comida mexicana en la que nos aleccionaron Lorens y Agustín, sus compañeros de piso, sobre el montaje e ingesta del burrito, ultimamos la botella de limoncello y nos embarcamos en el metro dirección Tribunal.

Junto a nosotros viajaba Inés, una amiga de Rubén a la que más tarde asimilaría como Eddie Murphy en Superdetective en Hollywood por su manera de embaucar y engañar a la gente para conseguir sus propósitos, lo que la convertía en una loca que ofrecía una amena compañía y una conversación afable y distendida. Después de agenciarnos unas cervezas de vendedores chinos que las conservaban asombrosamente frías, fuimos a un garito llamado “La vía láctea” en el que ya habíamos estado en anteriores visitas.

Justo en la puerta una muchacha guapilla me paró con un inquietante: “¿Tú has desfilado en Cibeles, verdad?”. A lo que le tuve que contestar: “Sí, pero ayer”.

El antro era tal y como lo recordaba, un estrecho pasillo con fotos retros y algo inolvidable para mí y mis amigos, películas viejas en pantallas de tele como las que Java recogería de la basura para intentar arreglarlas.

Estando en aquel lugar de tránsito de personas me fijé en una chica rubia y alta. Era tan alta como yo al menos, de ojos claros y una sonrisa que le alumbraba la cara e hizo que me recordara a Denise Richards (en momentos mejores para la ex de Charlie Seen). Al poco nuestras miradas se cruzaron de refilón, Inés lo llamó “contacto visual”. Se trasladó a una zona de sofás y después de mostrar mi interés por ella abiertamente a mis acompañantes, realizamos un movimiento de acercamiento a su perímetro. Allí hubo una clara declaración de intenciones, yo la miraba de vez en cuando y cuando nuestras pupilas coincidieron pasó como medio segundo que se hizo eterno. Decidí evitar que la situación fuera más tensa yendo al aseo. Al salir ella pasó delante de mí y en un falso tropiezo topó conmigo, se disculpó con la mano, que yo acerté a coger suavemente de alguna manera, dejándola escapar de forma sutil y dulce (o eso me pareció).

Volvimos a los sofás y nuestros encuentros visuales se complementaban con sonrisas de ambos. La chica rubia volvió a desplazarse hasta una zona alta de la discoteca. Yo seguía observándola hasta que fui obligado a acercarme de nuevo. Inés sugería que me acercara, mientras yo veía como bailaba con un tío que me hizo pensar: “se acabó”. Pero ella se zafó de él, tomé un sorbo de la cerveza y le dije a Inés: “puede que no vuelva”.

Saqué pecho y me acerqué a ella. Con un gesto de mi mano pedí concesión para el baile que aceptó asintiendo con la cabeza. Durante el contoneo subió a un escalón, quedando yo a la altura de su cuello, lo primero que le dije fue: “You are so tall”. Me contestó en español y mantuvimos una breve conversación. Ella pasaba su mano por mi pelo cariñosamente y me hablaba muy cerca de la boca. Aprendí una lección que me pareció universal al respecto de las conversaciones boca-boca en una discoteca. Pero resultó no serlo.
Empezó a irse y yo la dejé marchar sin más, sin preguntarle su nombre, su número de teléfono, algo para saber más de ella. Lo último que dijo fue: “te buscaré”.

Sonó poético. La creí.
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De tocadas de huevos. Capítulo 1.

Para meteros en el ajo. En LaVerdad hay una sección llamada “A salto de mata”. Consiste en coger a alguien y hacerle una entrevista. A cualquiera, ya sea el presidente del mundo o el portero de tu casa (el electrónico).

Hoy he ido a hacerle una entrevista a la mujer de la administración Nº 1 de Torrevieja, ya que en navidad había dado el gordo y hace poco dio un premio del Euromillón (más de 350.000 euros, casi ná) y pensé, esta mujer tiene chicha (y una buena entrevista).

Nada más llegar al lugar me ha parecido una mujer que despachaba amablemente a sus clientes y he esperado pacientemente mi turno (así soy yo). Después de la pertinente presentación me dice que bueno, que le pregunte mientras ella va diciendo “en este no tiene nada, aquí 30 euros”. Cosa que no me ha parecido demasiado cómoda. A mí no me importa volver otro día o no volver, “ya ves truz”, pero no, me dice que la haga, pero que ni ella va a salir de la administración, ni yo voy a entrar, ni la otra chica que había allí se iba a poner a atender (porque no le salía de sus nobles pechugas).

Me pongo a hacerle la entrevista delante de la ventanilla mientras ella atiende a la gente. A preguntas jugosísimas como: “¿Cómo recuerda el día que dio el gordo?” ella responde: “Bien, feliz”. ¡No me jodas! Después de prepararme siete preguntas que podrían dar para por lo menos siete minutos de conversación buena ella me responde con 2 minutos de monosílabos y vagas explicaciones. Y para rematar cuando le hago una pregunta para la que parece que se explaya un poco me dice: “Hijo, termina ya”.

O sea, después de darme una entrevista de mierda, va y me termina tocando mis santas pelotas despachándome como si salir en los medios fuera gratis.

Yo no le deseo la muerte a nadie. A esta señora tampoco, pero mala suerte para el resto de su carrera como vendedora de lotería…
Posted on 14:09 by Rafa Banana and filed under | 0 Comments »

De miradas

Por unas cosas u otras hoy me ha dado por leer textos que he escrito y eso ha despertado el gusanillo de volver a tener algo que publicar. He terminado leyendo mi entrada sobre la argentina y me he dado cuenta de lo mucho que me gustó aquella mirada y que pena no volver a encontrarme a esa chica. También me alegro de poder recrear aquel momento con lo escrito. Es genial.

Sobre la mirada tengo dos recuerdos:

El primero tiene un año exactamente. Ocurrió durante los carnavales de Xairo en el que iba vestido de gondolero (un disfraz que nunca me gustó demasiado). Estaba en aquel sitio donde nos dejaron hacer botellón mirando a cada chica guapa que pasara. En una de esas que me quedé mirando fijamente a un par de muchachas disfrazadas de algo que no recuerdo me pareció escuchar tras su paso y entre el griterío un: “¡Qué mirada!” que levantaría el ego a cualquiera. Eso quedó ahí.

El segundo sucedió la semana pasada durante la fiesta ibicenca de Cabo Roig. Estaba tomando uno de aquellos quintos de cerveza Alambra, mirando con dificultad a todo el mundo para no confundirme de persona a la hora de volver con mis amigos y para no llamar guapa a quien no lo mereciera, porque sólo había una fuente de luz y las personas que venían de cara se las distinguía bien, pero con dificultad. Entre la penumbra me pareció ver a una morena y a una chica rubia suficientemente agradable para mi vista e intenté escudriñar cuanto de agradable me parecería, así que me quedé mirándola fijamente. Su amiga que se percató de la situación, la tocó en el hombro y exclamó: “¡Ana!” lo suficientemente fuerte para oírlo y flojo para que no fuera un grito enorme. Pasaron ligeramente por delante de mí, se pararon, nos presentamos, no reímos y se coloraron de espaldas a la luz, por lo que volvían a estar en la penumbra y yo totalmente de cara y a merced de su juicio. Después de esas risas se despidieron de mí con un típico: “ahora venimos”. Pero ¡Sorpresa!

La importancia de la mirada reside en eso que dice Ignatius, que no es que sea un gran filósofo pero dice cosas con cierto sentido y es que una chica ya sabe nada más verte si va a acostarse contigo. Y esas dos lo supieron en cuanto vieron mi rostro iluminado.
Posted on 18:11 by Rafa Banana and filed under | 0 Comments »

Recordando colores

Dicen que a los humanos no se nos da bien memorizar colores.

En algún momento de mi vida hablé a alguien de unos ojos indescriptibles, alguna vez lo he mencionado y si me preguntan no dudo en la respuesta. ¿Cuáles son los ojos más bonitos que has visto?

Sucedió aquel verano del 2006 en un tren que partió desde Hamburgo con destino Copenhague. Nos fascinó el tren que aparte de ser cómodo tenía la peculiaridad de que se metía en un barco. Eso para unos pobres españoles que no han pisado mundo era espectacular.

Nada más llegar al tren ocupamos nuestros asientos y todos los que pudimos, éramos un grupo de seis machos ibéricos que disfrutaban de sus últimos días de viaje (a falta de seis más) y lo que queríamos era acomodarnos de la mejor manera posible, si eso exigía invadir unos cuantos asientos de más se hacía. Yo me senté junto a Manolo en uno de esas mesas de tren que resultaron tan prácticas en aquellos largos y aburridos viajes.

Frente a nosotros llegó un tío de unos 25 años, chileno (si no recuerdo mal) que hablaba algún idioma raro, que puede que fuera danés (complicadísimo). Tenía demasiado palique, se puso a hablarnos de cosas que en aquel momento puede que me parecieran interesantísimas pero como recuerdo quedó eclipsado por aquellos ojos.

Algún tiempo después de salir de la estación de Hamburgo en una parada a una media hora de distancia una mujer con atuendo árabe dejó su maleta en el portaequipajes, se despidió de su esposo y se asomó al lado contrario de donde estábamos para despedirse una vez más. Él parecía el típico magrebí con dedicación a actividades del sector servicios, parecía que había hecho un descanso en el trabajo para poder decir adiós a su amada.

Tras echar una última mirada al ventanal del tren se sentó frente a nosotros. No era una mujer especialmente guapa pero tenía una mirada increíble, unos preciosos y extraños ojos de un color más claro que la miel nos escudriñó a Manolo y a mí. Era como si alguien hubiera jugado a mezclar dos colores de ojos imposibles. Yo me quedé embobado mirando aquel iris tan auténtico, tan único, aún sabiendo que es una falta de respeto mirar a alguien extraño con tanta insistencia.

Supongo que no quería olvidar aquella mirada. Como cuando se mira a alguien que sabes que no vas a volver a ver y al final ese último instante se convierte casi en el único recuerdo suyo.
Posted on 12:07 by Rafa Banana and filed under | 1 Comments »

De una argentina y "la cucaracha"

El segundo día en Riviera Maya decidimos ir a la playa y dejar las excursiones para otro día. Cogimos el autobús gratuito que iba de nuestro hotel a la playa y flipamos a ver las aguas turquesas del mar Caribe.

Después de juntar unas cuantas hamacas y probar las cristalinas aguas de nuestro trocito de paraíso, los chicos y yo nos fuimos en busca de una barra donde empezar a beber. Por suerte encontramos una dentro de una piscina. Entre el daikiri de mango, una pelota de volley y un buen puñado de leonesas guapas (gentilicio, no animal) pasamos más tiempo del que pudimos percibir, así que volvimos con las chicas de periodismo justo a la hora de comer.

Decidimos comer en aquella playa. Uno de los hoteles de los que podíamos disfrutar gracias a nuestra pulserita roja estaba ahí mismo, con su restaurante buffet casi en la misma orilla. Un chef con rasgos asiáticos preparaba pasta al gusto y una pequeña cola se formó delante de mí. La falta de previsión ante la llegada de once periodistas famélicos hizo que la pasta hervida se agotara y que algunos tuviéramos que esperar a que hicieran más.

Esperando una nueva remesa de spaghettis coincidí en el espacio-tiempo con una muchacha muy mona con la que empecé a hablar de comida. En algún momento ella creyó que en apenas ese minuto ya habíamos cogido la confianza suficiente para decirme que llevaba 7 días en México y que ya estaba un poco harta de la comida porque le había dado diarrea. Intenté separar ese comentario de su bonita cara y me fui por otros derroteros preguntándole que de donde era, que, aunque parecía obvio que era argentina no quería usar ese gentilicio por si era chilena, puesto que ambos acentos son parecidos y no estoy seguro de saber diferenciarlos en una conversación tan escueta como escatológica. Después de que el chef pseudoasiático nos sirviera nos despedimos con un cordial: “hasta luego”. Ella se sentó con su acompañante, un menudo argentino con la camiseta del Barça y el nombre de Messi a la espalda. Por supuesto era más corpulento y más guapo que yo, así que a todas mis amigas periodistas les encantó, igual que a nosotros ella.

Esa misma noche cenamos en nuestro hotel, en un pequeño restaurante apartado del buffet, de nombre María Bonita, en el que había que reservar con antelación para degustar comida típica mexicana. Por supuesto, la pareja de argentinos decidió que ese era un estupendo día para cenar allí. Terminaron de cenar y se fueron, mientras nosotros aún estábamos con el postre.

Después de cenar fuimos a la barra del hotel, donde todas las noches había un espectáculo de animación o alguna chorrada. Al salir del María Bonita escuché como alguien de animación gritaba al micrófono: “¿Algún macho ibérico?” y yo, listo de mí, grité motivado: “yooooooo”. Así fue como me cogieron para participar en un pequeño juego de brutal rivalidad entre nacionalidades.

La dinámica era sencilla, los chicos de animación daban medio vaso de tequila a todos los participantes, uno a uno nos sentábamos en una silla, pegábamos un sorbo al tequila y sin tragárnoslo debíamos cantar “La cucaracha”. Entre los participantes había un inglés, dos canadienses y el argentino de la chica bonita (¡Sorpresa!). El jurado del concurso era el propio público y yo contaba con una decena de ruidosos españoles, así que era difícil que perdiera. Todos los participantes íbamos cantando más o menos la canción, pero ninguno lograba pasar más allá de “ya no puede caminar”, menos el cabrón del argentino que la hizo entera y casi sin pestañear. Pero como ya he dicho, el apoyo del público era importante y aunque el sonoro grito de mis compañeras al nombrar al guacho casi me descalifica, la cosa quedó entre un señor inglés de unos 60 años llamado William y yo, en un ficticio empate.



Por supuesto, había que dilucidar quien era el ganador y como casi todo en México, el vencedor saldría de un “Baile sexy”. Así que bajo los acordes de la utilizadísima “You can leave you hat on” nos instaron a que hiciéramos un baile muy sexy.

A pesar del tequila ambos comenzamos muy tímidamente, apenas unos ligeros meneos de cadera. Yo fui el primero en atreverme con un movimiento sexy de pandero de cara al público, él empezó a advertir que se iba a quitar la camiseta y al hacerlo se escuchó un gran: “¡Oooh!”. Sabía que estaba perdiendo y me dije a mí mismo: “Rafa, aquí hay que sacar toda la artillería”, miré como la gente se había vuelto loca con la exhibición del torso de mi rival, así que me desabroché el botón del pantalón y la gravedad hizo el resto. La música se paró y una de las animadoras tapó mi semidesnudez con la falda de un vestido típico mexicano mientras aún podían oírse unas cuantas risas rezagadas. Ante tal desvergüenza los animadores no tuvieron más remedio que dejar el asunto en un empate.

Ni que decir tiene que la vergüenza me dio un calor terrible y el calor me dio sed, así que lo primero que hice fue dirigirme a la barra a pedir un cóctel bien fresquito. No quise darme cuenta, pero mientras preparaban mi daikiri mango, la argentina se puso junto a mí, apoyada en la barra. Creí notar que me miraba, pero por pura timidez no me atrevía a devolverle la mirada. La camarera dejó mi bebida en la barra y yo le di las gracias, tras eso, me giré hacía la chica que me miró como no me habían mirado en mi vida, con un brillo especial y una sonrisa pícara. En ese momento creí leer lo que pensaba: “he visto lo que has hecho”. Me regocijé en ese pensamiento, le devolví la sonrisa y me fui sin decir nada, pero con todo dicho. Excepto: “habitación 1425”.
Posted on 2:16 by Rafa Banana and filed under , , , , , | 5 Comments »