De una noche madrileña

Era sábado en la capital del reino donde se pone el sol de vez en cuando, nuestro cuarto viaje a Madrid y la quincuagésima vez que salíamos por Malasaña. Habíamos terminado de cenar burritos en casa de nuestro anfitrión Rubén, que nos cocinó durante toda nuestra estancia como una abuela (de bien, no en plan tetas por el ombligo). Después de la comida mexicana en la que nos aleccionaron Lorens y Agustín, sus compañeros de piso, sobre el montaje e ingesta del burrito, ultimamos la botella de limoncello y nos embarcamos en el metro dirección Tribunal.

Junto a nosotros viajaba Inés, una amiga de Rubén a la que más tarde asimilaría como Eddie Murphy en Superdetective en Hollywood por su manera de embaucar y engañar a la gente para conseguir sus propósitos, lo que la convertía en una loca que ofrecía una amena compañía y una conversación afable y distendida. Después de agenciarnos unas cervezas de vendedores chinos que las conservaban asombrosamente frías, fuimos a un garito llamado “La vía láctea” en el que ya habíamos estado en anteriores visitas.

Justo en la puerta una muchacha guapilla me paró con un inquietante: “¿Tú has desfilado en Cibeles, verdad?”. A lo que le tuve que contestar: “Sí, pero ayer”.

El antro era tal y como lo recordaba, un estrecho pasillo con fotos retros y algo inolvidable para mí y mis amigos, películas viejas en pantallas de tele como las que Java recogería de la basura para intentar arreglarlas.

Estando en aquel lugar de tránsito de personas me fijé en una chica rubia y alta. Era tan alta como yo al menos, de ojos claros y una sonrisa que le alumbraba la cara e hizo que me recordara a Denise Richards (en momentos mejores para la ex de Charlie Seen). Al poco nuestras miradas se cruzaron de refilón, Inés lo llamó “contacto visual”. Se trasladó a una zona de sofás y después de mostrar mi interés por ella abiertamente a mis acompañantes, realizamos un movimiento de acercamiento a su perímetro. Allí hubo una clara declaración de intenciones, yo la miraba de vez en cuando y cuando nuestras pupilas coincidieron pasó como medio segundo que se hizo eterno. Decidí evitar que la situación fuera más tensa yendo al aseo. Al salir ella pasó delante de mí y en un falso tropiezo topó conmigo, se disculpó con la mano, que yo acerté a coger suavemente de alguna manera, dejándola escapar de forma sutil y dulce (o eso me pareció).

Volvimos a los sofás y nuestros encuentros visuales se complementaban con sonrisas de ambos. La chica rubia volvió a desplazarse hasta una zona alta de la discoteca. Yo seguía observándola hasta que fui obligado a acercarme de nuevo. Inés sugería que me acercara, mientras yo veía como bailaba con un tío que me hizo pensar: “se acabó”. Pero ella se zafó de él, tomé un sorbo de la cerveza y le dije a Inés: “puede que no vuelva”.

Saqué pecho y me acerqué a ella. Con un gesto de mi mano pedí concesión para el baile que aceptó asintiendo con la cabeza. Durante el contoneo subió a un escalón, quedando yo a la altura de su cuello, lo primero que le dije fue: “You are so tall”. Me contestó en español y mantuvimos una breve conversación. Ella pasaba su mano por mi pelo cariñosamente y me hablaba muy cerca de la boca. Aprendí una lección que me pareció universal al respecto de las conversaciones boca-boca en una discoteca. Pero resultó no serlo.
Empezó a irse y yo la dejé marchar sin más, sin preguntarle su nombre, su número de teléfono, algo para saber más de ella. Lo último que dijo fue: “te buscaré”.

Sonó poético. La creí.
Posted on 17:38 by Rafa Banana and filed under | 0 Comments »