El buen samaritano

El otro día me pasó algo casi surrealista. De esas cosas en las que uno piensa que el karma (si eso existe) le tiene que compensar por cojones.

Iba por la calle tranquilamente, cuando al llegar a la Plaza de la Constitución, a escasos metros de llegar a mi casa, apareció un extranjero borracho preguntando por un sitio que todavía no identifico. El tío, rubio de ojos claros, era un cachas con cuerpo de peonza, cuyas dorsales se le marcaban especialmente. No era muy alto, pero podría haberme tumbado de un puñetazo igualmente.

Yo con mi inglés bebido medio intenté ayudarle y, sobre todo, comprenderle. No sabía si me decía que estaba en “Torrevieva” o si quería ir allí. Le dije que me dijera algo que estuviera cerca de su casa, el nombre de alguna calle, algo que yo pudiera utilizar para llamar a un taxi y despachar al susodicho. Pero nada, el tío, que por si no lo he dicho ya, iba mamadísimo, no tenía ni idea de donde vivía.

Él llevaba el móvil en la mano, y un mensaje me hizo sacar el mío, me dijo que quería llamar por teléfono, y yo, pensé que si hablaba con alguien que no fuera tan borracho podría sacarle donde vivían, llamar un taxi y mandarlo a casa. Yo, que soy un tío observador (y un poco capullo para los nombres) me quedé con que íbamos a llamar a Camila. Cuando descolgaron desde la otra parte, mi “amigo” empezó a hablar un idioma que al principio me pareció alemán, pero que luego identifiqué con alguna lengua nórdica.

En unos segundos, me encontré hablando con Camila. Ella me preguntaba que donde estábamos, que iba a pedir un taxi, que estaba ya en camino y que en muy poco tiempo estaría allí. En algún momento de la conversación, ella me dijo que era su novio, también me quedé con eso. La fiesta de los tiraos seguía, y otro borracho que pasaba por allí me preguntó si hablaba inglés o español. Le dije que el guiri inglés y que yo español, pero no podía atender a tantos borrachos en el mismo instante, así que le dije que se había acabado la fiesta y hasta luego.

Mientras tanto, yo seguía con el guiri y Camila, que me decía que esperara a que llamara al taxi y que yo le dijera donde estábamos. Él, delante de mí, me decía que colgara, que no le hiciera caso. Mientras ella, por el teléfono me decía: “Stay with him”. Mi colega se puso a andar por la Plaza de la Constitución, y yo, como un gilipollas, iba detrás de él e intentaba que no se separara mucho de mí, porque Camila de vez en cuando me preguntaba si seguía conmigo y me decía que quería hablar con él, supongo que solo para comprobar que sí estaba ahí.

Desde algún lugar de Torrevieja (o a saber), ella me pidió que le escribiera un sms con la dirección donde estábamos, para enseñársela al taxista y que vinieran a recoger a su novio y mandarlo de vuelta a Escandinavia. Así que colgué y le mande un mensaje, no sin antes advertir a Camila que me quedaba más bien poca batería, igual que al amigo.

Entonces aproveché para hablar un poco con el colega, porque por lo visto, aquello iba para largo. Me dijo que era noruego, de un pueblo que ni entendí en su momento, ni ahora soy capaz de recordar. Empezó a decirme que cuanto quería por la ayuda que le estaba prestando y obviamente le dije que nada. También me contó que iba a cortar con Camila, que era una chica mona pero que tenía las tetas pequeñas con gestos de garbancitos en su pecho, justo después se puso a llamar a la chica por la que iba a cambiarla, pero saltó el contestador. Hasta un poco después no me di cuenta de cuanto de importante era otra de las cosas que me dijo y él me preguntaba con más insistencia: “¿Qué harías si tu mejor amigo te golpea dos veces en la cabeza?”. La verdad es que le dije que o se la devolvía o estaría sin hablarle una temporada. Quizá demasiado larga. Aunque yo solo estaba interesado en saber por qué. El noruego me dijo entonces que yo era un buen tío, que estaba ayudándole mucho.

Al poco, otra llamada de Camila, insistiendo en que estuviera con él, que el taxi estaba en camino, yo podría embarcarlo en el coche y mandarlo al lejano y frío norte de una vez. A los cinco minutos lograron coger un taxi y entonces pude hablar directamente con el conductor. Le dije:
- Oye ¿Dónde están estos tíos?
– En Playa Flamenca,
- Puff, mira, estamos en la Plaza de la Constitución de Torrevieja, pase lo que pase, ven aquí.
Hasta un tiempo después no iba a imaginarme lo importante que iba a ser esa frase.

El noruego seguía hablándome de los diminutos pechos de su, hasta entonces, novia. Al día siguiente volverían a Noruega y la dejaría. Mientras me hablaba otra vez de los puñetazos en la cabeza de su amigo y de unas incipientes ganas de vomitar.
A cada taxi que pasaba yo pensaba: “este es, este de las luces verdes que no está ocupado, lo meteré en el coche, lo facturaré a Noruega y a otra cosa mariposa”. Pero no, no venía. Él insistió entonces en darme dinero por el favor, por supuesto no lo acepté. Empezó a tirar euros por ahí y pensé: “Mejor en mi bolsillo que en la calle”, así que con las dos manos cogí toda la chatarra que me soltó, coronas noruegas incluidas.

Los taxis que ahora pasaban tenían la luz naranja encendida, por lo que estaban ocupados. Aun así, pensé que en alguno de ellos iría Camilia para recoger a su “novio”, mientras el noruego me decía que yo debería tirármela, a pesar de sus pequeños pechos, por lo visto.

A cada coche que pasaba procuraba agacharme para ver si tenía alguna noruega, hasta que por fin, vino un taxi con la luz naranja y conducido por un hombre de unos 60 años. Solo iba él.
- ¿Sois vosotros los que estáis esperando a unos guiris?
- Sí.
- Uno de los chicos se ha tirado con el coche en marcha y los he dejado en la Calle Orihuela.
Entonces el noruego empezó a preguntarme, para que hiciera de traductor.
- Vienen por Ramón Gallud, si bajáis os los encontraréis.
Vi razonable la opción. Así que lo mandé a dar una vuelta, por si necesitaba un taxi y él me dijo que no. Y con razón.

Bajamos hasta Ramón Gallud y empezamos a andar hasta la Calle Orihuela. No tardó mi borracho en decirme que me podía ir, que ya había hecho suficiente. Yo bromeaba y le decía que quería ver a Camila. La verdad es que después de casi dos horas, no quería que mi tiempo se echara a perder del todo, así que seguí acompañándolo. Dimos tres o cuatro pasos cuando desde el fondo de la calle empecé a escuchar unos gritos de chica. Por Ramón Gallud, corriendo y a chillando, venía Camila con una chaqueta de chándal, pero creo que pude darme cuenta de que efectivamente, no tenía mucho pecho, pero era una chica mona. Detrás de ella, una pareja más, un chico y una chica.

Él, moreno, tenía un porte muy parecido al de mi compañero, no muy alto y fuerte. Se tambaleaba y la otra chica lo mantenía más o menos a raya, mientras decía algo ininteligible a mi compi noruego. Estaba claro que él era el amigo que le había zurrado. Mientras, Camila me daba las gracias una y otra vez, “thank you, thank you so much…” y yo solo le decía “ok ok, you are welcome, don´t worry” casi cualquier cosa. Entretanto su novio le invitaba a que me diera un “hug” y ella me lo dio encantada. En serio, no noté ni un pequeño bulto rozándose contra mi estómago.

Camila le dijo algo a la otra chica, que aún aguantaba al otro noruego. Él no gritaba mucho, pero sí decía algo de vez en cuando. Estaba claro que era una conversación privada. Entonces la chica del novio sacó una cartera. “Me van a dar algo” pensé mientras seguía recibiendo los agradecimientos de Camila. Por entre los dedos vi asomarse un billete de 50 euros. En ese momento seguramente me hicieron los ojos chiribitas. La chica siguió buscando y me ofreció diez euros. Yo, obviamente, me volví a negar, diciendo que no era necesario, pero ya se sabe, la insistencia y que a mí me apañaban bastante bien después de dos horas de aguantar a su compi borracho hicieron el resto.

Los acompañé hasta la siguiente parada de taxi. El otro noruego no tenía intención de subirse con el que había estado dos horas perdido por las peligrosas calles de Torrevieja. Y allí los dejé, peleados, no sin antes recibir otro nuevo abrazo de Camila.

Así llegué a casa, dos horas después de lo previsto, con unos cuantos euros de más, alguna que otra Kroner y el número de Camila en la memoria del registro de llamadas. Por lo que pueda pasar…
Posted on 2:41 by Rafa Banana and filed under | 0 Comments »